Nada

Nada tan complicado como querer cambiar algo y no saber cómo lograrlo.

Nada tan perturbador como convivir a diario con un enemigo dentro de tu propia piel.

Nada capaz de explicar la avalancha de pensamientos encontrados que cada día se dan cita en un debate interno al que tú no has sido invitado, y que te tienes que tragar, por huevos, sin anuncios ni tiempos muertos.

Nada es lo que te encuentras cuando intentas volver atrás y atrapar un recuerdo feliz, que como tantas otras cosas se escapó de tu vida, sin dejar ni rastro de ese ideal halo de luz que, ahora, tan solo vive en tu imaginación.

Nada tan oscuro como sumirse en un siniestro agujero, que solamente te produce sensaciones angustiosas, y quedarse ahí atrapado sin entender dónde está la salida ni cuando lograrás encontrarla.

Nada tan claro como vislumbrar un pequeño hueco al final del muro que tienes frente a tus ojos, logrando por fin comprender que la oscuridad tan solo es una mala elección y que esa opción no te condiciona de por vida.

Nada lo vuelve tan enrevesado como saber que la tormenta interna tiene la posibilidad de calmarse, y lo hace, pero no tarda más de unas pocas horas en volver a tronar y a atronar tu cabeza.

Nada como esa tormenta para hacerte más fácil ver el sol cuando sale, apreciar la lluvia cuando llueve o respirar profundo cuando el viento roza tu rostro.

Nada tan esperanzador como empaparte de nuevo del cariño que fluye a tu alrededor, de las risas, de los momentos… Esos que, por fin, logran aplacar esa tormenta insistente que parecía haberse instalado en ti, cual okupa indignado con el sistema establecido.

El sistema eres tú. Lo que quiere decir que solo tú puedes apaciguar los truenos.

Nada como tú.

Nadie como tú.

Nada como algo difícil para percibir lo fácil.